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martes, 19 de abril de 2011

Persona (1966)

Una rareza bella y misteriosa de las manos de un realizador que ha mezclado tomas que aparentemente no tienen nada que ver unas con otras, para conformar una poesía visual como preámbulo al interior de la película, además de que según mis investigaciones, aluden  a temas frecuentados por Bergman: la araña y la herencia cristiana (de ahí la toma de la crucifixión y el sacrificio de la oveja).



La enigmática obra, comienza cuando un niño se encuentra solo en una habitación dando vueltas en su rasa cama, después se levanta y ve caras enormes de dos mujeres proyectándose en la pared, al principio no están enfocadas, después se enfocan y se alternan, mientras el muchacho acaricia la pared.



En esta obra del final de la era blanco y negro, el director Sueco Ingmar Bergman, nos da una probada del monólogo en que se convierte la vida de Alma, una enfermera que es encargada de cuidar a una famosa actriz de teatro, llamada Elisabet Vogler, quien se quedó sin habla a la mitad de una presentación de la obra Electra.

A mi parecer, el argumento de Persona es al principio simple, al final se transforma en un viaje a la reflexión personal y la estructura es tan bizarra que ya no estoy segura de haberla comprendido por completo.

Sister Alma, la aparentemente cuerda enfermera que trabaja en el hospital psiquiátrico, parece tener la ventaja y el control de la lucha de poder que existe entre ella y su muda paciente, Elisabet Vogler. Alma sabe que no hay nada mal ni física n psicológicamente con la actriz, sólo que ella se niega a comunicarse verbalmente.

La doctora de Elisabeth, le propone pasar tiempo en su casa en la playa, para que descanse en compañía de su enfermera. Aisladas en un lugar lejano, la supuesta entereza de la enfermera se va desmoronando. Al ser ella la única que habla, sus charlas se convierten en confesiones de pecados pasados, deseos y secretos ocultos de la enfermera. El soberbio performance de Liv Ullman (Elisabet Vogler), muestra gestos que invitan a Bibi Andersson (Alma) a seguir confesándose. 



A la mitad de la película, la cinta se rompe de repente, de pronto saltan imágenes de comedias mudas con un hombre vestido de calaca, un demonio y gente corriendo en una habitación, después el celuloide se quema y vuelve a comenzar.

No sé qué pretendió hacer Bergman con eso, el único significado que se me ocurre es un nuevo comienzo, negativo, alusivo a un enfrentamiento, después de que Alma lee una carta que Elisabet escribió a su doctora, en la que se refería a ella como ingenua, encantadora y revelara sus secretos más profundos, además de calificar como interesante estudiar a la persona de la enfermera durante su voto de silencio. La lectura de esta carta es un detonante de la verdadera personalidad de Alma.   

La parte técnica en esta película consiste en numerosas tomas de primerísimo primer plano de las dos actrices, que además de bellas, realizan exquisitas expresiones faciales, además de varios planos detalles de manos y puños que denotan la exasperación del personaje de Alma.

El recuso técnico más estimado del film, es cuando Alma y Elisabet, vestidas en idénticos atuendos negros, se enfrentan, y Alma habla para Elisabet, en su lugar y contra ella, al asegurar el rechazo que siente por su matrimonio y la maternidad. Pronto, ella revela sus propios pensamientos al respecto y la imagen se funde para mostrar los rostros de las dos mujeres en uno solo, una imagen de la deformidad de la identidad de ambas.



La sanidad de las dos mujeres ahora está en juego. Alma decide hacer lo más sensato que se le ocurre, regresar al mundo “real” antes de que el mundo de Elisabet la atrape. En el cuarto de hospital, Alma obliga a su paciente a decir la palabra “nada”. Alma parte de la casa de playa con su uniforme de enfermera en un autobús. Después se regresa al cuarto donde el joven acaricia las proyecciones de los rostros. La proyección del celuloide termina. Todo está oscuro.

Esta admirable mezcla de imágenes, incluyendo la repetición de la escena del enfrentamiento final entre Alma y Elisabet, es un ejemplo de que no comunicarse es igual a no ser. Nos  habla de aprender del silencio, de la reflexión para aprender sobre uno mismo, sobre la relación intrapersonal.

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