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lunes, 25 de abril de 2011

El lado oscuro del corazón (1992)

Esta película, definitivamente no es apta para personas que no saben “volar”. La obra del reconocido director argentino Eliseo Subiela, nos demuestra como hasta la persona más aprensiva del amor puede caer tendida en sus redes. Todos al final moriremos, pero por lo mientras, durante este film podemos ver de qué maneras podemos burlar a la muerte y salirnos con la nuestra, viviendo.



En los ambientes pudientes  y mortecinos que se van sucediendo  en Buenos Aires y la capital uruguaya, tenemos a Oliverio (llamado así para honrar al poeta Oliverio Girondo, uno de los tres a los que se aludieron para crear el guión de la película).

Oli Fernández, es un poeta taciturno que vive en Buenos Aires, y a veces “se vende” para realizar el trabajo creativo de algunas compañías grandes en Montevideo, las cuales detesta. En  su caminar por la vida, lo que el egoísta y escéptico Oliverio va buscando  es una mujer que “pueda volar”, lo cual es una metáfora para la mujer perfecta, que lo haga sentir vivo.



En uno de sus viajes a Montevideo, conoce en un cabaret a Ana, una prostituta franca que resulta estar a la altura de los conocimientos de poesía que Oliverio tiene. Es una atracción mutua, pero después de acostarse, Ana le recuerda al poeta que su tiempo ha terminado y lo corre de su casa.

Después de ese primer encuentro, Oliverio vuelve a su vida juerguista en compañía de sus amigos Erik y Gustavo (perfectamente interpretados por André Melançon y Jean Pierre Reguerraz respectivamente), dos hombres de edad madura que parecen no querer crecer. Los tres amigos tienen un ritual de salir a comer gratis, intercambiando las poesías de Oliverio por chorizo y carne asada con el dueño del restaurante, además de asistir a eventos extraños.



Nos percatamos de que varias mujeres pasan por la cama de Oliverio, pero ninguna cumple sus expectativas; con un toque cómico, vemos como el joven poeta se harta de su compañía, toca un botón en su buró y la mitad de la cama se va hacia abajo,  dejando caer a las mujeres rechazadas hacia un abismo.

La fotografía se encuentra colmada de tomas en claroscuro. Para hacer alusión al nombre de la película, y la música popular con tangos, saxofón y tríos hace más vívida la experiencia argentina-uruguaya.

Cada vez que el protagonista siente la urgencia de ver a Ana, regresa a Montevideo con 100 dólares para poder pagar por su compañía, pero su burbuja siempre se rompe gracias a la evasiva Ana.

Durante toda la película, Oli tiene varios encuentros con la Muerte, quien, expectante, aguarda para llevarse al escritor. En cada encuentro, Oliverio la insulta, la trata mal y la cuestiona. Cada vez que hablan, la Muerte le ofrece a Oli un “trabajo de verdad” diferente y le dice recuerda que ya no es un niño, que tiene que madurar. Él siempre la rechaza.

En la escena clímax de la película, un montón de símbolos que representan el enamoramiento de Oliverio, el olvido de Ana por su profesión y sus costumbres (la vasija rota, el billete y la llave quemándose, los perfumes y el corazón ensangrentado) son un perfecto ensamble de poesía visual, a la que se alude durante toda la película, con fragmentos de Oliverio Girondo, Mario Benedetti y Juan Gelman.



Oliverio, entrega literalmente su corazón a la prostituta quien lo toma y lo hace "volar" en un último encuentro, abandonando después Montevideo y dejando ver que ella tiene otras prioridades en la vida… Iluminaste el lado oscuro de mi corazón ¿Por qué decidiste quedarte pobre dejándome a mí tan rico?... Oliverio sigue con su vida y se burla de la Muerte porque ella no puede sentir ni una pizca de la felicidad que él siente, porque ella no siente nada.



Después de esta mezcla de elementos simbólicos, nos encontramos ante una pieza no convencional de poesía y estupendo realismo, que pide a gritos que se crea en dos cosas: en que el amor, por muy fugaz que sea, puede salvarnos la vida, y que es un sentimiento por el cual es digno hacer un brindis a la vida.

miércoles, 20 de abril de 2011

π : El orden del caos (1998)

Desde hace ya varios años, llegué a la conclusión de que todo aquello que implicara números complejos en mi vida iba a causar problemas, y este film, debut cinematográfico del realizador Darren Aronofsky, no es la excepción.

Se trata de un thriller psicológico americano, una película indie como debe de ser hecha en todos los sentidos, que puso a su director en el mapa, y que brinda muestras  de pequeños especímenes que Aronofsky toma más adelante en su carrera para definir sus producciones como cine de autor (como el recurso de cámara rápida y detalle cada vez que el protagonista toma sus medicamentos, similar al que utiliza Réquiem cada vez que los personajes consumen drogas; también la predilección de Aronofsky por el género de thriller psicológico es importante).



Maximilian ó Max Cohen (interpretado por el convincente Sean Gullete), es un genio matemático desaliñado, aislado social y un tanto paranoico, que sufre de delirio de persecución y dolores de cabeza. Siempre repite postulados en su mente, que van cambiando conforme sus investigaciones avanzan; pero sobre todo, está convencido de que el leguaje de la naturaleza son las matemáticas.

Él se encuentra en una misión: buscar patrones en la naturaleza que se relacionen con el movimiento de la bolsa de valores. Su búsqueda se vuelve cada segundo de la película más enfermiza, pues su persona está convencida que tiene la razón. 



En varias partes la grabación original se intercala con bosquejos, plantillas y fórmulas matemáticas que ninguna persona que no se dedique a eso podrá comprender, y Max se encuentra haciendo notas mentales todo el tiempo, para recordarse a sí mismo que no está loco y se la pasa comparándose con importantes investigadores de la historia como Arquímedes, Pitágoras y Leonardo da Vinci.

En un punto importante del film, el genio frustrado acude a su mentor y ex profesor Sol (Mark Margolis) para preguntarle de su pasado, cuando él todavía estudiaba los números de π, pero el profesor lo compara con Ícaro y le pide que se detenga, antes de que la desesperación acabe con él.  

La película se encuentra rodada en blanco y negro, muy contrastado, que deja jugar al director con las sombras y partes oscuras, e incluso en algunas partes, parece que se trata de viñetas de unas tiras cómicas muy siniestras. También existe un movimiento muy rudo y  visceral de la cámara, que acentúa lo enloquecedor de la búsqueda de Max y lo doloroso de sus ataques de migraña.



Sin duda alguna hablamos de una de los films más raros y turbadores del cine, cuya historia parece no tener solución y parece que se encuentra en un callejón sin salida. 

Al final, Max encuentra una simple solución a sus tormentos, después de haber sido acosado y atacado por unos necios de Wall Street y después por unos miembros de una secta cabalística que aseguran que los números en su cabeza resolverán sus incógnitas personales. ¿Max está muerto o sólo su tormento?



Así como dijo Sol en uno de sus parlamentos más importantes, el mensaje que yo capto de esta película es simplemente que hay que aceptar que la realidad de nuestro mundo es caótica, que no puede resumirse sencillamente en la matemáticas, y mucho menos se puede encontrar un patrón que ayude a explicar toda la existencia.

Trois Couleurs: Bleu (1993)


Aquí nos topamos con un drama total que no pretende serlo. Es la primera entrega de una trilogía del director Krzysztof Kieślowski: Trois Couleurs: Bleu (Tres Colores: Azul), que están basadas en los colores de la bandera francesa, azul, blanco y rojo, cuyos significados son libertad, igualdad y fraternidad respectivamente. 


Kieślowski intenta hacer un retrato psicológico y muy humano sobre lo que podría implicar y significar la libertad; pintado lentamente, para asimilar los cambios por los que atraviesa el personaje principal.

Durante toda la película, se hacen alusiones obvias hacia el color azul, ya sea por medio de juegos de luces, la lámpara que cuelga en el departamento de Julie, el cielo azul pálido que se proyecta en la televisión de su madre, la alberca que cada vez abruma más a la interfecta o destellos que enmarcan la pantalla en ciertos momentos importantes.



Todas las acciones tienen lugar en Paris, y la historia comienza cuando Julie (Juliette Binoche), pierde en un accidente automovilístico a su hija Anna y a su esposo Patrice de Courcy, quien resulta ser un afamado compositor de piezas musicales. El dilema de Julie comienza cuando su reacción principal después del accidente es cometer suicidio con una sobredosis de pastillas, acción que no logra concretar por su propia voluntad.

Después, nos vamos encontrando con una Julie en extremo fría, grosera y distante, que hace todo lo que está en su poder para deshacerse de su pasado y enterrar a su familia que ya no existe. Vende pertenencias, abandona su casa, se muda lejos, no quiere saber de nadie y tira a la basura la última pieza en la que trabajaba su esposo (y que al final no comprendemos si ella era en realidad la compositora).

Poco a poco, personajes que se envuelven en la historia, aparecen en la vida de Julie para ayudarle a dar un paso en dirección a la sanidad. El primerísimo en la lista claro, es el comprensible y soltero compañero de trabajo de Patrice,  llamado Olivier, y que da la casualidad que siempre ha estado enamorado de Julie, después el joven que fue testigo de su accidente de auto, la prostituta que la ayuda en sus momentos de culpabilidad, Sandrine, la amante de su esposo y finalmente enfrenta a Olivier nuevamente, después de aceptar varias situaciones y liberarse a ella misma de las sogas que se ató.

Como recursos visuales encontramos sencillamente la iluminación azulada y los elementos del montaje que nos permiten rápidamente identificar a la película con su título, así como el plano detalle del ojo de Julie, en los momentos de aprehensión y liberación del dolor que le ha causado el penoso accidente. 

 

En una hermosa metáfora que mezcla la vida de Julie con piezas musicales sin terminar, nos vamos ando cuenta que ella ha mejorado su estado de ánimo y está dispuesta a retomar su vida cuando se da cuenta que tiene la libertad de decidir qué hacer de ella: tiene la libertad de sentir lo quiera con respecto a la infidelidad de su esposo, puede ser amiga del tipo de personas que ella quiera, puede rehacer su vida en el momento que le plazca, de enamorarse una vez más. Tiene el derecho y libertad de conocer a la amante de su esposo, de visitar o no a su madre, o de terminar la pieza musical, y es así como empieza la recuperación del espíritu quebrado de Julie.

El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante. (1989)


Esta película tiene profuso valor estético visual para el cine, ya que logra hacer lucir difícil una puesta en escena coreografiada magníficamente y que se desenvuelve principalmente en cuatro escenarios que simulan pinturas en movimiento.

 

Sin duda se trata de una crítica a la clase alta, por todos los despilfarros y corrupciones que cometen, exagerando su estilo de vida hasta el punto de hacerlo grotesco, sin ningún ápice de buen gusto.



La historia es bastante simple, un hampón sin educación y con mucho dinero llamado Albert  Spica es el mecenas de un restaurante francés llamado “La Hollandaise” en una Londres bizarra. Él disfruta de la violencia contra quienes están en su contra, de abusar del poder que tiene en el restaurante, agrediendo continuamente al personal, a su séquito, y hasta sus propios clientes. Su esposa, la elegante Georgina Spica (interpretada por Helen Mirren), no se escapa tampoco de las constantes humillaciones y abusos de su esposo.

Ignorada y harta de su comportamiento, Georgina comienza una aventura con un cliente frecuente del restaurante, Michael, quien es la antítesis de todo lo que representa Albert Spica. En donde entra la comedia negra, es que Georgina tiene relaciones sexuales todos los días con Michael en las narices de sus esposo, dentro del restaurante, y bajo la protección del chef Richard Borst y su personal.

Al comienzo Albert Spica parece no notar el cambio de su esposa, pero al descubrir la infidelidad, realiza una barbárica venganza contra su amante, pero no sabe que después de esto su esposa, con otra mentalidad, también le preparará una sorpresa para que cumpla su palabra de criminal.

Lo que destaca del montaje son muchas cosas, comenzando por la exquisita realización y selección de vestuario del diseñador francés Jean Paul Gaultier, cuyo estilo ecléctico y exuberante salta a la vista en cada traje confeccionado.

Por otra parte, la maravillosa iluminación de cada habitación  (rojo para el restaurante, verde para la cocina, negro para el estacionamiento y blanco para los baños), denota un cambio también de humor y de las personas que por lo general moran dentro de cada “pintura”, así como los ambientes grotesco, placentero, de paz y violentos que chocan en cada escena.

Extraordinaria cocina del chef Richard Borst


El recurso de mostrar el menú de cada día en un cuadro repleto de alimentos es una excelente manera ad hoc con el tema de la comida, para mostrar la separación del tiempo dentro de la breve narración que dura en tiempo cinematográfico una semana. 

La magnífica música instrumental original de Michael Nyman le brinda un extra de dramatismo a las escenas que ya por sí solas rebosan del mismo, en especial a la escena final de Albert Spica. 



No soy ninguna experta ni me considero pretenciosa, pero a mí me gustó esta película por las reacciones que tuve al verla, desde los desnudos frontales, hasta las composiciones con la comida, lo escatológico de los animales muertos, el camión de carne, y por supuesto la escena del canibalismo, que llevan del agrado a la repulsión en menos de un segundo.