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miércoles, 20 de abril de 2011

El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante. (1989)


Esta película tiene profuso valor estético visual para el cine, ya que logra hacer lucir difícil una puesta en escena coreografiada magníficamente y que se desenvuelve principalmente en cuatro escenarios que simulan pinturas en movimiento.

 

Sin duda se trata de una crítica a la clase alta, por todos los despilfarros y corrupciones que cometen, exagerando su estilo de vida hasta el punto de hacerlo grotesco, sin ningún ápice de buen gusto.



La historia es bastante simple, un hampón sin educación y con mucho dinero llamado Albert  Spica es el mecenas de un restaurante francés llamado “La Hollandaise” en una Londres bizarra. Él disfruta de la violencia contra quienes están en su contra, de abusar del poder que tiene en el restaurante, agrediendo continuamente al personal, a su séquito, y hasta sus propios clientes. Su esposa, la elegante Georgina Spica (interpretada por Helen Mirren), no se escapa tampoco de las constantes humillaciones y abusos de su esposo.

Ignorada y harta de su comportamiento, Georgina comienza una aventura con un cliente frecuente del restaurante, Michael, quien es la antítesis de todo lo que representa Albert Spica. En donde entra la comedia negra, es que Georgina tiene relaciones sexuales todos los días con Michael en las narices de sus esposo, dentro del restaurante, y bajo la protección del chef Richard Borst y su personal.

Al comienzo Albert Spica parece no notar el cambio de su esposa, pero al descubrir la infidelidad, realiza una barbárica venganza contra su amante, pero no sabe que después de esto su esposa, con otra mentalidad, también le preparará una sorpresa para que cumpla su palabra de criminal.

Lo que destaca del montaje son muchas cosas, comenzando por la exquisita realización y selección de vestuario del diseñador francés Jean Paul Gaultier, cuyo estilo ecléctico y exuberante salta a la vista en cada traje confeccionado.

Por otra parte, la maravillosa iluminación de cada habitación  (rojo para el restaurante, verde para la cocina, negro para el estacionamiento y blanco para los baños), denota un cambio también de humor y de las personas que por lo general moran dentro de cada “pintura”, así como los ambientes grotesco, placentero, de paz y violentos que chocan en cada escena.

Extraordinaria cocina del chef Richard Borst


El recurso de mostrar el menú de cada día en un cuadro repleto de alimentos es una excelente manera ad hoc con el tema de la comida, para mostrar la separación del tiempo dentro de la breve narración que dura en tiempo cinematográfico una semana. 

La magnífica música instrumental original de Michael Nyman le brinda un extra de dramatismo a las escenas que ya por sí solas rebosan del mismo, en especial a la escena final de Albert Spica. 



No soy ninguna experta ni me considero pretenciosa, pero a mí me gustó esta película por las reacciones que tuve al verla, desde los desnudos frontales, hasta las composiciones con la comida, lo escatológico de los animales muertos, el camión de carne, y por supuesto la escena del canibalismo, que llevan del agrado a la repulsión en menos de un segundo.

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