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lunes, 18 de abril de 2011

El Acorazado de Potemkin (1925)

Para comenzar mis reseñas, tomo a esta, una de las más grandes obras del cine mudo, y para ese efecto, uno de los films más famosos de todos los tiempos y obligado para cualquier cinéfilo en el mundo.



Se trata de la segunda realización del director Sergéi M. Eisenstein, en la cual deja ver cuál es su postura ante las actividades que impliquen revolución. Esta obra fue concebida durante el régimen post-revolución de Vladimir Lenin, y como varias películas rusas de la época, eran encargadas y supervisadas por su gobierno, aunque Lenin murió en 1924, antes de que estuviera lista.

Han pasado décadas de apoyo, luego de censura, de restauración y digitalización de esta obra. Millones de palabras han sido dedicadas a la interpretación y significación de su contenido, por lo que resulta difícil hacer una nueva reseña y ver más allá de esas líneas, pero heme aquí intentándolo.

Fue un encargo para conmemorar el aniversario de la pre-revolución, centrándose en el motín del acorazado de Potemkin, el cual fue reprimido por la flota zarista, quien exterminó a parte de la tripulación y destruyó el acorazado, final que es oculto en la película, con fines obviamente propagandísticos.

Se trata de un ejemplo de cine de masas, alejándose de la narrativa que se concentraba en la estructura en la que vivían los burgueses. Se intentó con éxito instrumentalizar el cine para formar una conciencia revolucionaria de los espectadores rusos de la época.

Se trata de un producto parcialmente apegado a la historia de la Unión Soviética, y aunque no ha sido comprobado, la película quiere aparentar el clima y la historia de 1905, dentro del primer intento fallido de revolución.

Los tripulantes del acorazado de Potemkin, han soportado durante mucho tiempo los malos tratos y precarias condiciones a bordo de la nave, tal y como el pueblo en tierra mientras viven bajo el dominio del Zar. La gota que derrama el vaso del motín, sucede a un evento que colma la paciencia de los marinos: los oficiales pretenden que se alimenten con carne infestada por larvas, una toma grotesca y espectacular al mismo tiempo.

Vakulinchuk, es el primero en rebelarse. Este acto de grandeza, dispara una acción, en la que todos se rebelan, aventando a los oficiales, al doctor y a todos los superiores por la borda. Vakulinchuk es asesinado por un oficial, y sus compañeros, saltan al agua para rescatar su cuerpo inerte. El acorazado llega al puerto de Odesa, donde ponen a descansar el cuerpo de su héroe (o lo que Vakulinchuk significa). La gente viene a atender, honrar y hacerle tributo a este valiente marinero, en donde la frase “por una cucharada de sopa” resulta muy conmovedora para quien ha visto esta película.

Más tarde, sobrellevando esta tragedia y trabajando en armonía para sacar adelante a la ciudad, la gente de Odesa es feliz, fotografiada en primeros planos con personajes que se identifican con la clase trabajadora, dejan ver una sonrisa detrás de un velo y un grupo de niños saludando.

De repente, los cosacos aparecen en el puerto, disparando sus cañones a diestra y siniestra, asesinando sin hacer distinción de niños, hombres y mujeres que estaban tranquilos. Casi como un álbum de fotos, la escena culminante de acción se extiende por varios minutos con planos impactantes y  escrupulosos de una madre fuerte encolerizada, un niño atropellado, una viejita ensangrentada, gente muriendo acribillada y una carriola cayendo lentamente por las escaleras, simbolizando la caída del primer intento revolucionario. 



El montaje es sobre todas las cosas para Eisenstein¸  haciendo nuevos aportes al lenguaje cinematográfico, en una película donde ya existen emplazamientos de cámara y otros puntos de vista (picada, contrapicada), una iluminación más sofisticada, aunque un tanto sobreexpuesta en las tomas del acorazado  y también trabaja con elipsis - obvias - para marcar el paso del tiempo.

Esta película muestra un sublime ambiente postrevolucionario ruso, que contiene fuertes y claras críticas al régimen zarista y con una música particularmente dramática a cargo de Edmund Meisel, refuerza el mensaje que el director y la guionista Nina Agadzhanova imprimen en el celuloide sin intentar disimularlo: “La revolución es la guerra más grande y justa en realidad”.

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